EN TIEMPOS DE ÑAUPA
La estética protectora
A mediados
del siglo XX, cuando ya habían pasado las guerras mundiales, cuando todavía vibraba
el fenómeno del peronismo (aunque estuviese proscripto), cuando exultaba el incipiente
desarrollo industrial argentino, todo hogar popular tenía una estética
característica, bien definida. Aunque venía en ascenso el boom del plástico (ya
empezaban a verse los manteles de plavinil),
en ningún hogar digno podían faltar tres elementos decorativos que respondían a
cierta “identidad” nacional (aunque ella empezase a verse tan vapuleada): la
fe, la fortuna y el tiempo, ellos representados, por un lado, por una pequeña
cápsula hermética llena de agua que contenía una virgen –generalmente la Del
Valle, la de Belgrano– a la que uno daba vueltas o agitaba y producía un
fenómeno tan asombroso como lejano: una nevada. Otro elemento infaltable era el
clásico elefante blanco de porcelana al que había que atarle un billete en la
trompa para que nunca faltase la plata en la casa. Pero el objeto más singular
era el gallito del tiempo, una graciosa escultura de cristal murano soplado, de
no más de 10 centímetros de altura, que estaba de color rojo cuando hacía
calor, o se ponía de color azul cuando hacía frío. Se podía detectar en el
rostro de los adultos una mirada como al pasar al gallito antes de salir de la
casa para estar prevenidos ante los cambios de temperatura. Algún amigo me dijo
que si miraba bien, se podía notar en él un color verde cuando iba a llover.
Los chicos nos pasábamos horas mirando el gallito para ver cuándo cambiaba de
color, y casi ninguno lograba detectar el momento preciso. Era pura magia, claro,
pero era una estética protectora, de pertenencia. También en este sentido podría
incluirse a la biblioteca, pero ese mueble variaba según la familia, era muy
particular. Lo que sí marcaba una gran diferencia social era el reloj de
péndulo –que sólo tenían las familias acomodadas–, pero eran muy violentas sus
campanadas; daban miedo. AC
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