sábado, 28 de febrero de 2015

EN TIEMPOS DE ÑAUPA

La estética protectora




A mediados del siglo XX, cuando ya habían pasado las guerras mundiales, cuando todavía vibraba el fenómeno del peronismo (aunque estuviese proscripto), cuando exultaba el incipiente desarrollo industrial argentino, todo hogar popular tenía una estética característica, bien definida. Aunque venía en ascenso el boom del plástico (ya empezaban a verse los manteles de plavinil), en ningún hogar digno podían faltar tres elementos decorativos que respondían a cierta “identidad” nacional (aunque ella empezase a verse tan vapuleada): la fe, la fortuna y el tiempo, ellos representados, por un lado, por una pequeña cápsula hermética llena de agua que contenía una virgen –generalmente la Del Valle, la de Belgrano– a la que uno daba vueltas o agitaba y producía un fenómeno tan asombroso como lejano: una nevada. Otro elemento infaltable era el clásico elefante blanco de porcelana al que había que atarle un billete en la trompa para que nunca faltase la plata en la casa. Pero el objeto más singular era el gallito del tiempo, una graciosa escultura de cristal murano soplado, de no más de 10 centímetros de altura, que estaba de color rojo cuando hacía calor, o se ponía de color azul cuando hacía frío. Se podía detectar en el rostro de los adultos una mirada como al pasar al gallito antes de salir de la casa para estar prevenidos ante los cambios de temperatura. Algún amigo me dijo que si miraba bien, se podía notar en él un color verde cuando iba a llover. Los chicos nos pasábamos horas mirando el gallito para ver cuándo cambiaba de color, y casi ninguno lograba detectar el momento preciso. Era pura magia, claro, pero era una estética protectora, de pertenencia. También en este sentido podría incluirse a la biblioteca, pero ese mueble variaba según la familia, era muy particular. Lo que sí marcaba una gran diferencia social era el reloj de péndulo –que sólo tenían las familias acomodadas–, pero eran muy violentas sus campanadas; daban miedo. AC

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