LOS COMPADRES DEL DOLOR
Los otros días estábamos en Abra Pampa, festejando un
aniversario de la “Ley de Medios”. Nos juntamos en la plaza central. Convocamos
a bastante gente y pasamos videos de la historia de la 26.522 y su valor social
y cultural. Fue intensa la actividad, y gratificante. Pero sucedió algo insólito.
De golpe, de la nada, en un instante, un viento súbito, una ráfaga, en
milésimas de segundos nos volteó el banner del AFSCA y la pantalla. Pero no fue
agresivo. Fue como un “llamado”. Yo sentí que el viento quería hablar, quería
decirnos algo. Y, a los pocos días, leí en un diario la triste historia de
Laura, la chica de La Quiaca. Era eso, sin duda.
Acá –es bueno saberlo– todo es de todos, y todos somos
uno. Espero que se entienda. Las cosas son la gente, y viceversa. Las cosas
hablan, por ejemplo, y hay que escucharlas.
Los duendes son personas, generalmente, “de mal morir”, almas
que andan penando (sobre todo niños) y llaman nuestra atención metiéndose en
los objetos, o jugando con ellos, como un acto de protesta, solicitando nuestra
compasión y su liberación. No el perdón, su liberación.
Leí en el diario “Con dolor, cerramos tres búsquedas”.
Creo que el viento quería decirnos eso.
En la Puna –es bueno saberlo, ya que mucha gente no lo
sabe– pervive un ritual, un código, un pacto de la comunidad con la naturaleza.
A los niños no se los quiere. No, claro, hasta que no pasan el umbral de la
muerte, de la llamada “mortalidad infantil”. No tienen sexo, ni nombre siquiera;
se los llama “criatura” nomás; no hay que encariñarse con ellos, pues se pueden
morir, y qué haríamos entonces con el cariño. No se los cuida, sino lo muy
necesario, lo básico, para que pueda superar el tremendo umbral. Por lo
general, el niño sufre un gran descuido estético.
Eso sí, una vez superada la fatal prueba, se practica el
ritual del “Chujcharrutu”: toda la comunidad le da la bienvenida a la vida
plena; se lo bautiza, se le pone nombre (un lindo nombre elegido por todos), y
todos son compadres (o co-padres); el niño es responsabilidad de todos. Se lo
hermosea, se le hacen infinidad de regalos y se genera una gran fiesta
colectiva en toda la comunidad. Todos prometen cuidarlo y guiarlo en la vida.
Entonces festejan también los compadres y las comadres. Se le corta el pelo al
niño y cada padrino se lleva un mechón que guardará toda la vida. De allí viene
el festejo del “jueves de compadres”, o de comadres, que transculturalizó el
carnaval eurocéntrico. Los compadres están alegres porque le han ganado una
batalla más a la muerte, han ganado una vida más para la comunidad y se hacen
promesas de no descuidar esos lazos del tejido social comunitario. Cada año se
sucede el ritual.
Y pude leer la noticia en el diario: “El Equipo Argentino de Antropología Forense estableció que
Alicia Tierra, Mónica De Olaso y Laura Romero fueron asesinadas mientras
estaban embarazadas. Con esta información, las Abuelas dieron por finalizados
tres casos denunciados por la institución”.
¿El viento quería decirnos eso? Y continúa la
noticia: “Morocha también, Laura Romero había nacido en La Quiaca, Jujuy, pero
fue el barrio porteño de La Boca el único que la disfrutó libre. Allí vivía
Willy, Luis Guillermo Vega Ceballos, su compañero de militancia en el PRT-ERP y
de vida. Cuando los secuestraron, el 9 de abril de 1976, Laura tenía 20 años y
cuatro meses de embarazo”.
Ni Laura ni el niño pudieron superar el
umbral de la muerte, aunque ella sabía que los esperaba el “Chujcharrutu” para
festejar la vida. Las Abuelas de Plaza de Mayo también esperaban, desde hace 39
años, tener un mechón del niño, darle un abrazo –como saben hacerlo– y cobijarlo en el cuenco comunitario que supimos construir
en estos años, a veces con triste alegría. Pero, a instancias del EAAF,
decidieron liberarlos, al niño y a la madre. Para no andar penando.
Estas cosas no aparecen en los grandes medios
de comunicación. Por eso estamos construyendo una red, la primera Agencia de
Noticias de radios comunitarias jujeñas. La Ley de Medios que debemos defender,
por la que luchamos –como buenos compadres– es la que nos permite
escuchar al viento.
Alejandro
Carrizo
Noviembre de 2015
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