Corría la dictadura, dolía todavía (1980), pero más me dolía a mí porque había perdido en pocos meses a mis dos padres: el biológico: Alejandro Carrizo, y el simbólico: Manuel Castilla.
El "cuchi" Leguizamón fue a Tucumán con su espectáculo "Canciones con post-data", una joyita nostálgica de la oquedad. Yo tenía 21 años y le pedí una entrevista. "Sí -me dijo-, esperame en el bar de enfrente al hotel." Lo esperé más de 8 horas. Apareció a la madrugada y me pidió perdón. Se dedicó a escucharme. Allí me dijo: "No escribas canciones, ni nada atado a estructuras y formatos rígidos. Sé libre; que labure el compositor... Si los poetas no son libres estamos en el horno, hermano". Creí entenderlo y, dos años después, lo volví a ver con mi primer libro "Pena por Manuel Castilla". Me lo presentó en el Museo Pajarito Velarde, de Salta, junto a otro gran padre: César Perdiguero (en la foto, a la izquierda aparece también una mujer santa: la Catu, esposa de Manuel). Esa noche cantaron dos amigos: el Icho Vaca y la Melania Pérez. Esa frase: "sé libre" me marcó para toda la vida, creo.
A.C.
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