lunes, 13 de junio de 2011

Elementos

  LOS ELEMENTOS DE UN DESTINADO


  por Armando Tejada Gómez, Bs.As., 1987

Un destinado tiene los ojos más enormes que los ojos. Cree y se cree y ese creerse le sale por todo el cuerpo, a tal punto que no le cabe y se le aloja hasta en la sombra que lleva. Así vi a Alejandro Carrizo en el malabarismo tridimensional de la Feria del Libro del 86, donde me acercó un libro que compartía con un ceñido puñado de poetas tucumanos. Pero no fueron sólo los poemas sino la pasión que los ardía. Nos juntamos en el ritual del vino de un boliche indiscernible de Plaza Italia. Hicimos proyectos de hecatombes literarias para Tucumán y Buenos Aires y bajo una noche de llovizna y bruma cada uno salió hacia lo suyo, como siempre. Cuando Alejandro volvió,
para la siguiente Feria de este año, traía, por encima de sus ojos enormes ELEMENTOS consagrados por un jurado de poetas de la solidez de Joaquín Giannuzzi, Ariel Madrazo y Jorge Madariaga que le había otorgado el Premio del Fondo Nacional de las Artes de poesía 1986. Y ya fueron los vinos del júbilo, agrisados por la enfermedad de mi pequeño Gabriel. Lo contacté con Andrés Valle, el piloto de tormentas de Torres Agüero Editor y “más temprano que tarde”, ese alentador de lo que crece, lo mandó a componer. Esta es la historia íntima –¿y qué otra?– de este libro-pan caliente que usted tiene en sus manos. Si piensa, prójimo, que yo lo voy a oscurecer –al libro y a usted– con mis comentarios, suspire. No lo voy a hacer. Odio los prólogos, odio los análisis literarios, detesto a los comentadores, desprecio a los piojos del talento, fumigo a las ratoneras de redacción y a los concilios del bombo compartido. Yo le presento, prójimo, a un muchacho amigo mío cuya maravilla empieza cuando usted termine de leer, si lee, esta curiosidad. Creo que nunca he escrito una línea sobre la literatura. Yo la hago, simplemente, en los dos sentidos. En los dos sentidos, simplemente. Lo que me ha merecido la furia y los silencios merecidos. Ahora abra un vino, de Mendoza a Salta, y métase en Alejandro hasta el mismísimo hueso de su sombra; no hay otro modo de hallar su luz.

ARMANDO TEJADA GÓMEZ, Bs.As., 1987

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