domingo, 15 de noviembre de 2015

LOS COMPADRES DEL DOLOR

Los otros días estábamos en Abra Pampa, festejando un aniversario de la “Ley de Medios”. Nos juntamos en la plaza central. Convocamos a bastante gente y pasamos videos de la historia de la 26.522 y su valor social y cultural. Fue intensa la actividad, y gratificante. Pero sucedió algo insólito. De golpe, de la nada, en un instante, un viento súbito, una ráfaga, en milésimas de segundos nos volteó el banner del AFSCA y la pantalla. Pero no fue agresivo. Fue como un “llamado”. Yo sentí que el viento quería hablar, quería decirnos algo. Y, a los pocos días, leí en un diario la triste historia de Laura, la chica de La Quiaca. Era eso, sin duda.
Acá –es bueno saberlo– todo es de todos, y todos somos uno. Espero que se entienda. Las cosas son la gente, y viceversa. Las cosas hablan, por ejemplo, y hay que escucharlas.
Los duendes son personas, generalmente, “de mal morir”, almas que andan penando (sobre todo niños) y llaman nuestra atención metiéndose en los objetos, o jugando con ellos, como un acto de protesta, solicitando nuestra compasión y su liberación. No el perdón, su liberación.
Leí en el diario “Con dolor, cerramos tres búsquedas”. Creo que el viento quería decirnos eso.
En la Puna –es bueno saberlo, ya que mucha gente no lo sabe– pervive un ritual, un código, un pacto de la comunidad con la naturaleza. A los niños no se los quiere. No, claro, hasta que no pasan el umbral de la muerte, de la llamada “mortalidad infantil”. No tienen sexo, ni nombre siquiera; se los llama “criatura” nomás; no hay que encariñarse con ellos, pues se pueden morir, y qué haríamos entonces con el cariño. No se los cuida, sino lo muy necesario, lo básico, para que pueda superar el tremendo umbral. Por lo general, el niño sufre un gran descuido estético.
Eso sí, una vez superada la fatal prueba, se practica el ritual del “Chujcharrutu”: toda la comunidad le da la bienvenida a la vida plena; se lo bautiza, se le pone nombre (un lindo nombre elegido por todos), y todos son compadres (o co-padres); el niño es responsabilidad de todos. Se lo hermosea, se le hacen infinidad de regalos y se genera una gran fiesta colectiva en toda la comunidad. Todos prometen cuidarlo y guiarlo en la vida. Entonces festejan también los compadres y las comadres. Se le corta el pelo al niño y cada padrino se lleva un mechón que guardará toda la vida. De allí viene el festejo del “jueves de compadres”, o de comadres, que transculturalizó el carnaval eurocéntrico. Los compadres están alegres porque le han ganado una batalla más a la muerte, han ganado una vida más para la comunidad y se hacen promesas de no descuidar esos lazos del tejido social comunitario. Cada año se sucede el ritual.
Y pude leer la noticia en el diario: “El Equipo Argentino de Antropología Forense estableció que Alicia Tierra, Mónica De Olaso y Laura Romero fueron asesinadas mientras estaban embarazadas. Con esta información, las Abuelas dieron por finalizados tres casos denunciados por la institución”.
¿El viento quería decirnos eso? Y continúa la noticia: “Morocha también, Laura Romero había nacido en La Quiaca, Jujuy, pero fue el barrio porteño de La Boca el único que la disfrutó libre. Allí vivía Willy, Luis Guillermo Vega Ceballos, su compañero de militancia en el PRT-ERP y de vida. Cuando los secuestraron, el 9 de abril de 1976, Laura tenía 20 años y cuatro meses de embarazo”.
Ni Laura ni el niño pudieron superar el umbral de la muerte, aunque ella sabía que los esperaba el “Chujcharrutu” para festejar la vida. Las Abuelas de Plaza de Mayo también esperaban, desde hace 39 años, tener un mechón del niño, darle un abrazo –como saben hacerlo– y cobijarlo en el cuenco comunitario que supimos construir en estos años, a veces con triste alegría. Pero, a instancias del EAAF, decidieron liberarlos, al niño y a la madre. Para no andar penando.
Estas cosas no aparecen en los grandes medios de comunicación. Por eso estamos construyendo una red, la primera Agencia de Noticias de radios comunitarias jujeñas. La Ley de Medios que debemos defender, por la que luchamos –como buenos compadres– es la que nos permite escuchar al viento.

Alejandro Carrizo

Noviembre de 2015

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